Siempre le tocaba la parte de pagar. Pagó sus multas y las
multas heredadas de sus padres. Pagó toda la hipoteca del piso aún cuando la
habían desahuciado del mismo. Pagó tributos de hacienda y matrículas de la
facultad en segunda y tercera matrícula. En múltiples ocasiones recurrió al
pago fraccionado, aún cuando los intereses fueran elevados. Dicen las malas
lenguas que entró de rodillas – casi a gatas – en la oficina del director del
banco ofreciéndole como pago hipotecario un riñón, una mamada o un strip-poker.
También dicen las malas lenguas que el director la apartó como si fuera un
caniche masturbándose en la punta del zapato, mientras con la otra mano llamaba
a seguridad.
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